Puertas

Hay puertas apacibles que dibujan los itinerarios recorridos, una y otra vez, las rutas de lo certero y de lo conocido.
Hay puertas que se abren y se cierran sin cesar, las del recuerdo y la memoria, las que nos devuelven los rumores del ayer.
Hay puertas secretas donde se hunden los misterios y las preguntas, dotadas de múltiples candados y cerrojos que nos dificultan avanzar.
Hay puertas anhelantes de sol, ráfagas luminosas de las razones y de la ilusión.
Hay puertas auténticas que nos conducen a la travesía de ser quienes somos.
Hay puertas que engañan, confunden y distraen y nos apartan del camino.
Hay puertas de la compañía cálida y otras de la angustia y de la soledad.
Hay puertas oscuras y otras diáfanas. Puertas amor y otras rencor. Puertas claridad y otras penumbra. Puertas confianza y otras peligro.
Puertas que perfilan el bosquejo de un mapa que extendemos y plegamos, borramos y volvemos a dibujar. Planos donde marcamos las postas de un destino.
Por fin hay puertas que permanecen intactas, nos cobijan como un nido y nos reconocen, siempre. Son las que se abren de par en par, las de tocar el cielo con las manos. Las mágicas puertas de la infancia. Tras ellas custodio celosamente, como un tesoro, mi bici, los patines, las botitas azules, el pez naranja, el libro de cuentos, las revistas de historietas, la muñeca tejida, el jueguito de té, mis cacerolitas de hojalata.


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